Materiales: Madera, metal, plástico, vidrio y otros materiales
Medidas: 31 cm por 45 cm por 15 cm
Año: 2021
El tiempo del cuerpo
Somos un reloj biológico. Nuestro cuerpo es la máquina que hacer mover las extrañas piezas internas que nos pueblan e impulsa nuestras extremidades. Es el territorio que no vemos, que suponemos, que escuchamos y que sabemos que nos rige. Allí, conexiones, aparatos y engranajes desconocidos marcan el devenir desde nuestros inicios, y aún antes de nuestra infancia. Allí está la maquinaria que nos mueve y los indicadores que nos develan las infinitas conexiones de venas, arterias y otros filamentos que nos envuelven. Apenas vemos las terminales de esas profundidades del alma y del cuerpo: los brazos y las manos, las piernas y los pies, los huesos y las uñas, los pelos o los sudores son las muestras visibles de esa red de conexiones que nos enredan. Máquinas a la espera del fin, midiendo indicadores de funcionamiento, del posible tiempo que queda y evaluando el que ya fue.
Sentados sobre nuestra infancia vemos el fluir del tiempo que corre y se entrevera, pasa y nos atropella, que nos va dejando mientras tratamos de números y fórmulas para medirlo. Nuestra conexión con el mundo son nuestras extremidades, pero nuestra vida real está en ese interior que nadie ve y toca, que nosotros mismos desconocemos, donde habitan extraños indicadores que gritan lo que sentimos o intuimos, pero que apenas sabemos interpretar. La procesión, los caminos de la vida, de la sangre o la energía que fluye, van por dentro recorriéndonos y dejando huellas de síntomas del desgaste del tiempo. En estos tiempos de sobre tiempo asistimos a su intercambio por componentes mecánicos, de plástico o de cualquier nuevo invento para mantener el funcionamiento de estos mecanismos de relojería y motores de vida que nos mueven. Un contador de vida comanda en nuestro interior y también se muestra en la piel que nos cubre. Sus agujas están en el centro de nosotros mismos y también en nuestro exterior dejando trazos del tiempo que se nos va. Todo es tiempo en este cuerpo de vida. Todos son segundos, minutos y horas, días y semanas, meses y años, y con ello rupturas y deterioros, desgastes y marcas. No más que eso y muchas veces ni eso.
No son siglos o milenios. El cuerpo y el tiempo se mueven como esos indicadores que cuentan nuestras historias y sus problemas que van siempre creciendo, o también los desórdenes que irrumpen antes escondidos con sutiles datos que nos delatan y nos develan, y que nos gritan nuestras nuevas cotidianas circunstancias. Ellos muestran nuestro camino, nuestro origen y marcan nuestro propio fin. Nos vuelven humanos aunque seamos máquinas de sangre que esconden un reloj con su inicio y desarrollo, y también con su fin, más allá de todo lo que hagamos por nosotros o por los demás, o lo que logremos y podamos que otros hagan por nosotros.
Somos sólo un tiempo que recorre un vivir. Una vida en un tiempo. Todo es tiempo y en un tiempo finito se mide nuestro propio presente. Nuestra perspectiva de la vida es el tiempo. Pasan los minutos y perdemos tiempo mientras pasamos tiempos y se nos agota el tiempo. Maravilloso tiempo de mierda que no sabemos cómo usar ni tampoco detener para poder gozar el tiempo que se nos escapa por vivir en nuestro tiempo.