Materiales: Madera, metal, plástico y otros materiales
Medidas: 40 cm por 40 cm por 20 cm
Año: 2022
La televisión, la amigable TV, la cajita que nos ilumina y nos informa, y que también nos cambia, está en el centro de nuestra vida. Ella alimenta nuestra mirada, y también deforma nuestra vista. Es el lente que nos ilumina y nos acerca imágenes menos borrosas de las cosas que suceden y están lejos, y también es el cristal que deforma y manipula nuestros ojos. Pero, estar bloqueado a la información, a esa luz, es perdernos en la oscuridad y volvernos “animales aislados”.
Algunos ya han sido rociados por esas luces, quemado sus cabezas y no tendrán nueva iluminaciones. Otros estarán siempre dispuestos a recibir nuevos velas en la oscuridad. También están quienes están cerrados totalmente para que nada más les confunda sus nuevas verdades. Pero todos estamos atentos y dispuestos a la curiosidad de ver alrededor de los otros. La TV también nos borra otras luces. Algunos dicen que no les impacta ni conmueve ni mucho menos cambia su vida. Pero a la mayoría nos devoran esas iluminaciones y flashes de información que nos crean nuevos relatos o nos reafirman nuestras ideologías. No es ella la culpable para algunos sino quienes ponen su cara en la pantalla y nos hablan. ¿O de nosotros que estamos dispuestos a creer y nos ponemos enfrente de sus emisiones? ¿Dónde está la diferencia entre el masaje y el mensaje? Expectantes, curiosos y deseosos de lo que nos quieran decir mientras sentimos que nos informan y nos entretienen, y que en sus luces nos encerramos. El cuarto oscuro donde ella nos ilumina es el espacio del masaje del mensaje, y se mueve ahora hacia nuestros celulares El televisor es el cuarto donde estamos, el canal del mensaje continuo., pero dudamos si es mejor la oscuridad de la confusión o la iluminación siempre deformada que ella nos aporta. El mensaje es también el instrumento. La sonoridad, el color, el tamaño, la cercanía, o la comodidad del manejo. Cada día más sutil y realista, más cercana e íntima. La TV ha sido y es la puerta que nos abre a otros lugares, a otros sujetos con los cuales ya de hecho dialogamos, aunque ahora solo escuchemos. Ella es la tentación de acercarnos a la ventana de otros mundos, aunque sean deformados. Es nuestra caverna de las sombras, donde nunca hay realidades, sino espejos distorsionados. La realidad es solo miradas subjetivas y presunciones. Nos crea mundos donde vivir y soñar, y nos reafirma lo que ya sabíamos incluso antes de los hechos. Y con ella somos también objetos de estudio y de medición de nuestros actos de consumo y de las horas interminables frente a su pantalla.
Nuestras vidas están dentro de esas cajas, de esas luces mensajeras donde nos encerramos. No podemos salir de ella, ni escaparnos de sus mensajes que nos iluminan y manipulan, nos guían y nos pierden. Nos queman y cambian nuestras ideas, y también nos dan nuevas miradas y perspectivas que nos humanizan y nos hacen más racionales. También nos animalizan con la lógica pavloviana de reacción simple y mecánica. E incluso también nos humanizan y lloramos frente a sus tomas y narraciones. El TV mientras tanto crece y ocupa más espacio. Permite llegar a más personas con mejor calidad de imagen y sonido. Es cada vez más parecida a una ventana sobre la realidad de algún distante lugar. Se conecta por aire o por cable, es local o global, fija o móvil, a color o blanco y negro, de miles de pixeles o apenas de unos pocos. Pronto tal vez sea en tres dimensiones o en holografía, e incluso tendrá olores. Se acerca a nosotros día a día y en todo lugar. Es nuestra cotidianidad que nos ilumina, da familiaridad, pertenencia o informe del tiempo. Es nuestra vida misma encajonada. Pronto en esa red seremos actores consumidores y podremos comprar todo lo que veamos en esa caja que nos engulle más minuto a minuto desde que nació.