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Materiales: Madera, vidrio, metal y otros materiales
Medidas: 40 cm por 40 cm por 18 cm
Año: 2022

Jugando con la muerte

La vida es un juego de ajedrez con la muerte. En ella ya sabemos que perderemos el juego y que sólo competimos por el tiempo suplementario o el propio mínimo que creemos tener. En la película El séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman, un personaje se enfrenta a la muerte en una partida de ajedrez, con la esperanza de prorrogar su vida, y también obtener respuestas frente al futuro y sobre la existencia de Dios. Esta angustia es infinita y milenaria, y su metáfora del juego, entre el hombre y la muerte proviene de hace muchos siglos en pinturas.
La muerte es el hecho más importante en nuestra vida, por ser su fin. Gracias a ella creamos creencias y religiones que nos otorguen la esperanza y el sueño de otra vida posterior. Su existencia nos impone ocuparnos de vivir y luchar, y por ella también nos volvemos más humanos al crear y menos humanos para sobrevivir. La dualidad y la angustia, aparecen ante la certidumbre de la muerte. La vida es la incertidumbre; no la muerte que es nuestra certeza. Podremos ganar muchas jugadas que son meramente los caminos de la vida. No la partida. Vivimos tratando de acumular puntos, en dinero, amores, viajes, experiencias, dolores, títulos, árboles, hijos o libros, para cuando llegue el momento, los recuerdos nos hagan creer que tendremos más vida, que perduramos, que estamos presentes entre los otros, y que estuvimos y dejamos huella en estos lodos. Es un coleccionismo para llenar nuestra tumba y acompañarnos mientras se reciclan nuestros átomos celestiales.
Vivimos la primera parte de este recorrido sin pensar o entender a una muerte que nos acecha. Y en la siguiente, obsesionados por no encontrarnos con ella en ningún hospital o calle oscura. En un tiempo jugamos con ella, en la otra nos cuidamos hasta que finalmente la esperamos atormentados. Esta molesta compañera no es sólo un final del juego, es el tiempo mismo de nuestro recorrido siempre finalmente cumplido. Ella siempre está entre nosotros, tranquila, expectante, segura, sonriente en su eterno trabajo. Está allí, viendo fluir nuestro tiempo, mirando cómo se nos escapa entre las manos y frente a nuestra vista, mientras jugamos la partida angustiados, parados y tensos, inseguros y sabedores del final que creemos poder cambiar. Y, ella lo sabe. Y lo entiende. Aunque no le importe.

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