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Materiales: Madera, metal, plástico, hilo y otros materiales
Medidas: 40 cm por 52 cm por 16 cm
Año: 2022

La cadena de montaje es nuestra vida laboral. Es la red de hilos que nos une y nos amarra en el mundo del trabajo como electrocardiograma colectivo que nos conecta, da vida y al mismo tiempo enferma. En algún punto de esa madeja nace el flujo y la energía que la alimenta y que atraviesa a personas y tareas. Es la larga telaraña que nos entrelaza,  mirada por ojos que vigilan que se cumpla el ciclo del trabajo continuo pautado por el  reloj y el tiempo en cada estación de producción. La vida es esta cadena de producción en serie, reglada y vigilada. Es la fábrica industrial, la forma dominante de la división del trabajo que nos entrelaza y da sentido colectivo. La electricidad nos fija los ritmos y la cadena nos agrupa y anula nuestra individualidad. Somos un eslabón en la cadena de creación de valor y de trabajo colaborativo, de trabajo dependiente y de vida colectiva que nos da sentido y unidad, y que a la vez nos rutiniza y esclaviza. Juntos, la línea contínua a la cual estamos agarrados, nos hace más productivos pero menos libres.

Quedamos  perdidos en el colectivo, ante la riqueza que va de la mano en estos mundos  tecnológicos y sociales colectivos. Ella nos da vida y sentido, a ella nos debemos y hasta la adoramos también por sus beneficios. En este engranaje continuo no podemos dejar nuestro puesto sin afectar a todos y a cada uno de los otros. Somos un eslabón más en la cadena que nos sostiene. Es el flujo continuo nuestra cárcel. En ella nos miden los tiempos y los ritmos para ser más colectivos en la creación de beneficios. Más unidos somos más productivos, y a la vez más esclavos y menos  libres. Ya no estaremos solos con la cadena que nos une. Incluso transferimos a los sindicatos nuestras decisiones individuales. Nos afirmamos como colectivos, y a la vez somos más débiles, más intercambiables. La producción en serie, el gran avance de la humanidad con sus tecnologías y modelos, nos beneficia y es al tiempo la cárcel que nos une y nos encierra. Horarios, tiempos, ritmos, capacidades y colaboraciones obligadas son la carne de un industrialismo productivista que nos da de comer y crea esperanzas. Cientos de tareas encadenadas, cada una con su importancia y sus exigencias.

Si se para el flujo eléctrico, es la vida que se nos va. Es la muerte de quienes estamos agarrados a la cuerda que nos une, y que pone a la cabeza de nuestra vida, esos actos continuos y articulados. A él nos debemos y sin él nos perdemos. Quedaríamos a la suerte de cada uno en forma aislada, y tal vez sin esperanzas ni logros. ¿Cómo vivir juntos sin objetivos colectivos, miradas vigilantes? ¿Será la respuesta volver a una vida egoísta de individualismos ineficientes y desordenados? Tal vez más felices, más solos y más pobres. No hay camino mientras estemos en este tiempo histórico de hierro, máquinas y mecanismos. Somos todos iguales, intercambiables, prescindibles a pesar de ser parte de una cadena que nos une y nos relaciona, pero donde a la vez que somos necesarios somos cambiables. Y además necesitamos que nos vigilen para cumplir con nuestra cuota de sufrimiento, nuestro grano de arena. ¿La sociedad solidaria es producción igualitaria, vigilancia colectiva y servidumbre individual?  ¿Valdrá la pena ser esclavo para ser más libre?

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