Materiales: Madera, metal, plástico y otros materiales
Medidas: 40 cm por 49 cm por 13,5 cm
Año: 2022
Unos gritan que es un engaño para descabezados. Para otros es lo que nos hace humanos en la infinita pequeñez de la vida. Necesitamos creer y estamos en la búsqueda de espacios de adoración y de seguridad. Necesitamos rendir pleitesías y transferir nuestros deseos y necesidades, tratar de construir certezas y alcanzar la protección que carecemos. Cada uno buscamos y construimos una religión y su templo de adoración, un refugio de certidumbre. Allí, entregamos algo de nosotros a esa secta, religión, grupo, héroe, empresa o iniciativa en la cual nos afirmamos y que nos convoca. Y también a la familia y los amores que nos dan cobija y mochilas para recorrer la vida. Nuestra cabeza, nuestros sueños y miradas, y la propia escala de valores, se depositan y se juntan allí con otros. Es donde estamos seguros y realizados. Es el útero soñado que no recordamos. Del deseo de ser parte de algo más grande que nosotros mismos y que nos afirme que no estamos solos. Que nuestras vivencias y creencias están protegidas y acompañadas. Nuestras cabezas no están sobre nuestros hombros, sino sobre otras espaldas que creemos y confiamos que nos protegen y guían. Es que no podemos vivir solos, sino que en este viaje de la vida, buscamos encontrar la mano que nos oriente en la oscuridad. Toda creencia es confianza, es otra cabeza que nos acompaña, nos refuerza el sentido colectivo y nos apoya en el camino. Cedemos e intercambiamos nuestra mirada sobre el mundo, y gracias a la cual podemos caminar en la incertidumbre. Toda religión es una seguridad, una certeza para ver el mundo y a nosotros mismos. Es un abrazo de un colectivo que nos abraza y envuelve, con su relato y una historia, con sus valores y sus futuros. Tiene sus propios ojos, sus oídos, su boca y su puerta de respiración. Con ella escuchamos y hablamos, vemos y respiramos, y somos un viajero más en una nave de seguridades. ¿Qué otra cosa es, que adorar nuestras propias cabezas, nuestros pensamientos, nuestras ideas y nuestros temores? La adoración es a otra cabeza y a la vez también a una nuestra. Es a nosotros mismos a la vez que a quienes nos representa, nos ilumina y sobre todo nos acompañan en los senderos sin luz nítida. Nos ayudan a ser lo que no somos, al unirnos en la adoración a algo colectivo. En ese tránsito ser nosotros gracias a que nos fusionamos con otros. Cuando más libres somos y más conocemos el mundo, más dependemos y somos parte de cultos, religiones, sectas, héroes políticos o deportivos o lugares de adoración incluso hechos por la naturaleza. Los necesitamos para ser quienes creemos ser o que quisiéramos ser. No es el oscurantismo ni nuestros desconocimientos los que nos alimentan ese adorar de intangibles o de humanos inmateriales. No es el desconocimiento la madre de esta búsqueda de creencias, no son los mayores temores lo que nos llevan a buscar seguridad. Es parte de lo humano colectivo, del reconocimiento de la infinitud de la vida, del reconocimiento de nuestra soledad que nos abruma y que nos dejan en una fantasmagórica existencia. Rogamos por esa seguridad y pagamos los costos de esos espacios de protección. Y aunque pedimos certezas, dudamos si ellas existen. Rogamos en sus templos encerrados, la luz que sabemos que tampoco existe allí, ni afuera. Es un engaño colectivo, y es también la excusa colectiva que nos da la vida y la certeza de la incertidumbre asegurada. Gracias entonces por dejarnos depositar aquí nuestras lógicas y razones, nuestras ideas y valores, que sabemos inseguros, limitados, estrechos y sin duda equivocados en nuestro más íntimo sentir. Somos humanos en un breve tránsito que necesita muletas para poder creer en lo que no creemos, para tener verdades falsas e ilusiones de las cuales también dudamos. Extraña forma para darnos seguridad.