Materiales: Madera, plástico, vidrio y otros materiales
Medidas: 57 cm por 29 cm por 20 cm
Año: 2021
En la vida y también en el amor hay exclusiones y desigualdades. Incluso hasta del afecto de las madres para unos. Y también hay una parte real, pura y dura, y otra de como la piel de cada uno la vive, la sufre y le sangra. Los afectos son la electricidad que recorre a las personas y las acerca, y que también separa personas, aun en los círculos más íntimos de las familias y las parejas. Crea redes de incluidos y también de excluidos en una infinita y sutil graduación, entre los que viven integrados, y de los que ponen la ñata contra el vidrio mientras sienten la exclusión del calor de algún amor no correspondido. Lo aprendemos en los vínculos de la sangre donde se crean esas exclusiones, con sus graduaciones, distancias y desafectos. Todas ellas se pierden en la infancia y con el desconocimiento de las causas profundas. En esos tiempos se aprendió la protección y también los afectos desiguales que se sienten en las pieles, y que permite preanunciar los golpes que prepara la vida. Las distancias se sienten imperceptiblemente cuando se está fuera de esas telarañas inmateriales e intangibles de calor maternal o familiar que la genética parece haber creado, pero que muchas veces no están presentes. Es un hilo cósmico infinito con gradaciones casi imperceptibles a otros ojos. Las redes protegen y cuidan, son el calor del abrazo y la seguridad, pero también tienen heridas que se agrandan y que son casi imperceptibles para otros, pero marcadas en sangre para los agonistas y protagonistas. Aún más que las redes inmateriales de la energía del afecto, la piel muestra las distancias. Solo tenemos dos manos y siempre alguien queda afuera del calor del agarre. Algunos están asidos a esas manos, mientras que otros sólo miran detrás del vidrio, desde su propio lente, con el que también se deforman las miradas. La realidad no existe, y siempre se nos presenta confusa y deformada. Ella es finalmente lo que sentimos, que es donde se develan los detalles de la exclusión, de esa sensación de estar fuera de algún círculo íntimo, de algún grupo, de alguna red distante y lejana incluso frente a nuestros ojos. La mano es la red más importante de las protecciones, es la ayuda y el apoyo, es la pinza del alma. Es nuestra herramienta más importante de contacto y protección desde nuestra infancia. Ella es la terminal del abrazo. Ella nos da la seguridad de asirnos a algo firme, seguro, estable y que no nos soltaran de ella. Cada uno de sus cinco dedos tiene una función, un sentido, y juntos no son dedos, sino puños, firmezas y seguridades. De poco sirve agarrarse sólo a un dedo, a un pedazo de afecto. Todo o nada es lo que reclaman incluso los que están fuera de la caja viéndose a ellos también excluidos.