Un día, Claudio Rama me solicitó hacer un podcast de minuto y medio para una presentación radial de sus obras. Para tan breve tiempo es imprescindible escribir. Ese texto es el comienzo del presente prólogo. Durante una vida, contribuí a formar críticos de arte pero no soy uno de ellos, más allá del imprescindible y cotidiano ejercicio (auto) crítico que suponen tanto la interpretación como la creación artística a las que he servido con agradecida devoción.
Me piden cumpla la grata tarea de hablar de la obra visual de Claudio Rama. Lo primero a decir, es que por muchas razones fue un placer encontrarme con ella. Placer tanto estético como ético. Este último porque su sola existencia corroboraba algunas de mis más arraigadas convicciones en torno al arte y, como todos tenemos nuestro corazoncito, nos gusta vernos corroborados. Además, placer sorpresivo y sorprendente. Sorpresivo, porque con Claudio nos conocemos desde hace décadas; como todos, sabía y respetaba su trabajo como especialista en educación universitaria conocido en todo el continente; usufructuaba, complacido, además, su pulsión coleccionadora de máscaras, lo cual ya lo situaba en el terreno del arte. Pero no podía imaginar que un buen día, de manera sorpresiva, hiciese irrupción en la escena de la creación artística, con una obra madura al nacer que, como aquel personaje Macunaíma, era expulsado del seno materno completamente vestido. Algo en extremo sorprendente.
Fue Leonardo Da Vinci, quien afirmó: “l’arte è cosa mentale,” ‘el arte es cosa mental’. En el arte también hay pensamiento. Desde que el arte es la forma que tenemos de expresar algo parecido a la verdad de nuestro existir, convergen en la obra no solo los sentimientos, las pulsiones que nos salen de las tripas, el inconsciente, las inmensas cargas de nuestras circunstancias vitales, sino los pensamientos conscientes. Tanto en la motivación, cuanto en la realización de la obra. Y eso todo se encuentra, bien dosificado, en la obra de Claudio Rama. Su obra es la de un ser pensante. Pensante y sintiente. Una cosa mentale. Cada uno de sus retablos rojos es la concreción tridimensional de sus ideas acerca de un asunto, del cual el color uniforme, al atenuar la posible anécdota, abstrae, dejando entrever los términos del problema que entraña. Entra de ese modo Claudio en territorios de muy buenos artistas que hacen arte para pensar y piensan para hacer arte. Fin del podcast.
Claudio Rama viaja, viaja y pesca. Pesca lo que busca. Y busca lo que conscientemente o no, buscamos todos: significado. En sus viajes, que como sus libros se suceden unos tras otros, expone en el horario laborable los conocimientos y destrezas de su especialidad en organización de la enseñanza e investigación universitaria y, fuera de ese horario, en una suerte de pulsión antropológica y coleccionista, disfruta de las que denomina “pescas mascareras”. Visitante asiduo de ciudades de América con ricas tradiciones originarias, accede a esos objetos de arte que alguna vez fueron rituales o quizás sigan siéndolo. Su magnífica colección de máscaras la comparte mediante exposiciones en museos, o en publicaciones cotidianas en las redes sociales.
Aunque pueda parecer extraño, su pesca continúa en las grandes ciudades signadas por la modernidad. Recorre las ferias, los rastros, los mercados de las pulgas, esos bien organizados Purgatorios, donde van a parar los deshechos de la entropía de las sociedades, monstruosas tiendas por departamentos, donde conviven la sección de zapatos usados, con la de cristal de Bohemia y porcelana de Sèvres, la de resortes de acero inoxidable de uso indeterminado con la de muñecos de plástico, en conjunto, descontextualizadas, desritualizadas, las máscaras de una sociedad. Purgatorio, porque allí esperan los objetos, el infierno de su muerte eterna o la salvación por su re-significación que, a veces, puede estar a cargo de un artista.
Quizás fuese inevitable que Claudio Rama, luego de tanto buscar y coleccionar se convirtiese en un re-significador. Porque en la búsqueda del significado, llega un momento en que las palabras o bien no alcanzan, o bien sobran. Cuando faltan, surgen los objetos que muestran, objetos sonoros, objetos visuales, significativos; cuando sobran, se reducen a objetos de palabras en los que no las hay, ni de más ni de menos, para significar. Surge entonces la poesía, madre de todas las poéticas.
Esos objetos son textos. Textos verbales y no verbales. Por mi profesión primigenia, intérprete musical, tengo dos bibliotecas, la convencional y la de partituras. En su apariencia física son semejantes, colecciones de libros: La diferencia estriba en los símbolos. En la una, son palabras, en la otra, notas, representaciones gráficas de sonidos. Ambas contienen textos. Por lo demás, toda obra de arte puede ser considerada un texto.
El arte no miente. El arte es confiable. Además, es generosamente implacable con su autor. Para quien sabe verlo, lo muestra como verdaderamente es, expone incluso aspectos que el propio autor ignora acerca de sí mismo y por lo tanto dice cosas que consciente y deliberadamente no se propuso decir. Razón, dicho sea de paso, por la cual resulta tan fascinante y adictivo hacer arte. Se cree saber muy bien qué se hará al momento de empezar, pero una vez en el camino, la obra comienza a formular propuestas impensadas, a sugerir alternativas, y a medida que el ámbito de elección, de libertad, se vuelve más estrecho, surge la urgencia de cerrar el círculo y, al lograrlo, la sorpresa de reconocer el lugar al cual la obra nos ha llevado. El asombro ante el misterio que seguimos siendo ante nosotros mismos.
Con cajas de madera, de más o menos las mismas dimensiones, pobladas con pequeños muñecos, a veces agrupados en colectivos uniformes, Rama desvela sus desgarres íntimos sobre los temas que lo desvelan. Los muñecos, simbólicamente o no, en posiciones que imitan o no la realidad, nos muestran de un modo casi fantasmagórico los asuntos contemporáneos que hieren el mundo del autor. Es, en nuestra visión de espectadores, un terreno inquietante, preocupante, algo que aflora descarnadamente durante la pandemia del Covid, época en la que el artista, encerrado, enjaulado, encajonado, se debate sobre los asuntos que lo atormentan. Produce entonces, esos exilios-insilios que dolorosamente vive el siglo. La laca roja uniforme, los muñecos todos iguales o casi, de las cajas semejantes y al lado de cada una de ellas, un texto, evidencian en dos códigos diferentes, el arte plástico y su explicación en la escritura, el encierro aterrador del artista. Nos muestran un escenario cuasi infantil que, como adulto pensante, lo abruma y, como el educador que es, quiere enseñárnoslo.
Leamos ahora esos textos, ensamblajes conceptuales conjuntados con las obras plásticas. Son treinta escritos que buscan describir a “una estética del re-uso, una narración y un mensaje que nace desde el abandono”. Rama define su arte como un arte conceptual que busca “una construcción simbólica a través de la imaginación”. Parte de la base que como acto interpretativo individual se da en un momento posterior. La realización técnica y mecánica no sólo lo reordena, sino que lo transforma en algo distinto a lo previamente pensado. Designa este tipo de arte como “muñequismo”, como “una corriente de orientación espiritual-animista y de pulsión evocadora, que basa su filosofía en la exaltación del muñeco como elemento simbólico de primer orden dentro de la estructura ética y moral del individuo”. Versión caricaturizada de la realidad, que mira la realidad como a un juguete.
Para el autor, vivimos en una cárcel de cajas, las reglas dejadas por nuestros ancestros. Los sueños de cambio son solo imaginaciones frustradas, en el arte y la creatividad. Si bien algunos individuos salen de ellas, marchan solitarios buscando un sentido que para él existe. Cada generación lo hace, y con ello apuesta por el riesgo y el abandono.
Las cajas, para Rama, son obras escenográficas, retablos, resultado de sus andanzas por las ferias. El color “les marca su origen de fuego, de sangre, de amor, de toro o de dolor” que representan el yo angustiado del autor. “Las cajas son actos subjetivos e individuales, con una mirada íntima a la vida y que se esconde como un discurso no explícito y personal y que al incorporar formas precisas asume una forma figurativa y minimalista”.
La vida transcurre entre cajas, de la casa al trabajo, y de allí al cementerio. La cárcel, la caja del desgarramiento, es la caja arquetípica, “nos encierra y nos separa, pero sobre todo, nos cambia.” La vida es luchar por un logro, con la esperanza de alcanzar los sueños, que son “la “búsqueda de los desvelos de nuestras vidas inconformes.” Los premios se alcanzan a través del amor y el juego. La pelea humana es hasta los dientes con éxitos y fracasos, pero todos lamiendo sus heridas.”
Rama discurre sobre el amor y la exclusión del amor: los afectos acercan pero también separan y la convivencia es esclava de los intereses: “La paloma de la paz vuela por encima de la gritería. Ella caga sobre todos”. Es crítico con la educación actual. Las aulas son jaulas que encierran la vida, por su forma y organización. La educación deja de ser un instrumento de igualación para convertirse en causa de desigualdades. Critica al fútbol, “la pasión desenfrenada” de los uruguayos, porque nos vuelve animales y nos hace regresar a la tribu. Critica también la guerra, que traerá llantos “todo por el deseo de una nueva alambrada con su bandera cambiada de lugar.” Matamos a las moscas, y a los demás animales. Éstos son “el engranaje en el gran restaurante de la naturaleza”.
Para Rama, somos máquinas, mecanismos de relojería. Sin embargo, lo que sostiene nuestra evolución y existencia son las ideas y los pensamientos. Somos un reloj biológico: “Todo es tiempo y en tiempo se mide nuestro propio presente”. El corazón es el motor que indica la existencia.”…el motor suena, pero no se siente. La cabeza, solitaria allá arriba, si bien “nos separa de otras especies”, ante la inmensa complejidad de “extraños ruidos y delicados movimientos permanentes”, que emanan de la máquina que somos”[…] “de ellos poco se entera”. “Apenas cuando deja de latir” el corazón. Somos robots, “servidumbre” en su significado original. Es crítico con la música que sale de los aparatos conectados, también del auto y nos llama el “autosapiens”. En relación con las redes, señala la paradoja de que si bien nos conectan y nos transfieren caudales de información, también nos aíslan.
La vida es un juego de ajedrez con la muerte y sabemos que perderemos el juego. La religión es para Rama una seguridad, un colectivo con un relato, una extraña forma de dar seguridad. La muerte es nuestra certeza.
Los escritos, que venimos sinópticamente de reseñar, en los que el autor describe cada caja, establece sus intenciones al hacerla y nos dirige hacia una interpretación que quizás no es la del espectador de la obra plástica, polisémica y cambiante a lo largo del tiempo, configuran este libro. “Fuera del texto, no hay salvación”: el precepto de Greimas, concerniente a la interpretación de la biblioteca de palabras, fue mucho antes practicado por Toscanini en la interpretación de la biblioteca de signos musicales, y a él nos ceñimos los músicos.
Este texto escrito, “declaración del artista” de Rama, es expresión explícita de un profundo y ampliamente abarcativo malestar con los tiempos que corren. Para él, articulada poética de un pensamiento crítico, punto de partida y llegada de su otro discurso, de su otro texto, el no verbal, el visual, al cual, de hecho y en acto que juzgamos de minusvaloración de su propio trabajo, parece asignarle el modesto papel de ilustración tridimensional de sus ideas. De ser así, creemos se equivoca. Sus retablos rojos, escenografías minúsculas puesto que presentadas en un escenario, son per se objetos que incitan a la interpretación, estimulantes de “la reina de la facultades”, la imaginación. Son portadoras de significados emergentes que, quiéralo o no el artista, enriquecerán sus propósitos iniciales, mostrarán rasgos de su ser en el mundo que él mismo ignora. Son obras de arte, y como tales dotadas de vida propia, pero sobre todo son acto de afirmación.
En ese mundo de caja de Pandora que describe conceptualmente Claudio, en ejercicio de la negación implícita en todo pensamiento crítico, sus cajas, aunque rojas, encarnan, simbólicamente, el último objeto remanente en el fondo de la caja mítica: la esperanza.
Montevideo, julio de 2023
[1] Hugo López Chirico (1936), uruguayo, nacido y criado en Melo, director de orquesta sinfónica y artista plástico, profesor e investigador jubilado del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de los Andes de Mérida, en Venezuela, donde desarrolló actividades durante casi cuarenta años.